Otro fiasco más, otra decepción más. Y esta, de las gordas. En esta campaña, el Cádiz tiene el dudoso honor de convertirse en el primer equipo, desde que se adoptó el sistema más reciente de ascenso a Segunda (que premia a los campeones de cada grupo con dos oportunidades, la primera de ellas a cara o cruz), que desperdicia dos campeonatos en su objetivo de recuperar el fútbol de plata.
En esta campaña, para más saña para con la afición cadista, ésta tiene que soportar ver a dos equipos robando el sueño del ascenso en su propia casa, en su propio templo. Carranza, por tercera vez (ya le ocurrió al Lugo, que ahí sigue en la LFP) se convierte en la puerta de acceso a la deseada Segunda para el visitante, y no para el que ejerce de anfitrión. Pocos clubes más “educados” que el amarillo en ese aspecto.
La calma ha vuelto al plano institucional. Manolo Vizcaíno, cabeza visible de Locos por el Balón, continúa al frente de la nave amarilla, y tal y como prometió, con los silbidos del árbitro en Hospitalet todavía resonando, comienza a trabajar en el nuevo proyecto que debe concluir en el ascenso de categoría. Las premisas están muy claras: hacer un equipo más competitivo, que garantice en lo más posible acceder al primer puesto, y desde ahí, el asalto al ascenso. Todo ello con nuevo secretario técnico, Jorge Cordero, hermano de los que antes estuvieron en su mismo puesto.
Y a fe que así se hizo. La directiva decide continuar con Calderón en el banquillo, que había dejado muy buenas sensaciones (aparte playoff) en el sprint final de la liga anterior, pudiendo por fin el gaditano comenzar la campaña en Carranza desde el principio. Y en el apartado jugadores, se mantuvo la base de los futbolistas más destacados. Siguen hombres como Villar, Garrido, Andrés Sánchez, Kike Márquez, Josete y sobre todo Airam Cabrera, el nombre de moda y que pese a las ofertas de superior categoría, consigue el club retener tras unas duras negociaciones.
A ellos se suman nombres de mucho calibre, siendo los más destacados los tres refuerzos que llegan del Jaén (Espinosa, Fran Machado y sobre todo Jona, un delantero monumental que habría de ser el pichichi del equipo ese año) y el regreso de Aulestia al marco, que será flanqueado por Ricky Alonso, que renovaba también con el club amarillo. Completan la plantilla gente nueva como Servando, Mantecón, Oscar Rubio, Navarrete y Arregi, a los que se suman los Tomás, Migue García o Kike López, que continúan en Carranza. A la vez, se le va enseñando la puerta de salida a los que ya no cuentan. Así, se van desvinculando del club hombres como Fall, Fran Pérez o Martins entre otros.
El lunar, otro año más, es que la cantera no cuenta. Diego González, Galindo (el único que tendría ficha sub23 y se libraría por tanto de jugar en el filial, y que acabaría yéndose al Sevilla Atlético), Jose Mari (que sólo pudo disfrutar de algunos minutos en las rondas previas de Copa), Sana, etc...ningún jugador destaca lo suficiente como para gozar de verdadera confianza por parte de los técnicos. Sólo Tomás forma de pleno derecho en la plantilla viniendo desde los escalafones inferiores.
No sólo en la plantilla hay cambios. El Consejo de Administración, habilitado ahora por la jueza concursal para disponer del control patrimonial, también se renueva, dejando uno de los bombazos del verano: el regreso a los despachos de Fran Canal. El gallego, que muchos recordaran de forma funesta por su salida en el grupo ADA, que casi entierra al club, vuelve a Carranza, defendido a ultranza por su presidente. Junto a él vuelve también Pepe Mata, y entran otras caras nuevas como Jorge Cobo o el hermano del mandamás, Raúl Vizcaíno.
Tenemos directiva, entrenador, jugadores, y por supuesto, afición (que nunca falla, y que se anima viendo la plantilla que se está conformando, y la nueva política de Locos por el Balón de abaratar los abonos, rozándose los diez mil abonados, una barbaridad en la categoría de bronce), ya sólo nos faltan los rivales. Por supuesto, el Cádiz seguirá otro año más en el grupo IV, que esta temporada, contará con andaluces, Melilla, extremeños, murcianos (excluído el Real Murcia por su descenso administrativo, teniendo que jugar en el grupo I, donde quedaba su vacante) y La Roda, de Castilla La Mancha. A priori, un grupo asequible sin grandes nombres. Demasiado asequible se quejarían muchos luego, argumentando que al Cádiz le habían faltado partidos “grandes” que les preparan para los plaoyff. Pero ya llegaremos a eso.
Todo parece dispuesto para que el Cádiz realice una excelente campaña, y sin embargo, algo no funciona. Ya en pretemporada se ven señales que indican que algo no va bien. Aparte del esperpento de George y el lateral derecho, el juego del equipo evidencia una falta de sintonía clara. En algunos choques de preparación la imagen es especialmente mala, y lo peor, el entrenador, ya en verano, va dejando frases preocupantes, en las que afirma desconocer las razones del mal juego del equipo.
Empieza la liga, y los peores augurios se confirman. Tras la victoria inicial frente al Betis B, el Cádiz encadena nada menos que cuatro empates consecutivos (que dieron paso enseguida a duras críticas, más que por los puntos obtenidos, por las horribles sensaciones que transmitía el equipo), tras los cuales, asistimos a uno de los partidos más vergonzantes de la historia reciente del club, la visita al UCAM de Murcia, sorprendente líder del grupo IV. Muchos tuvimos entonces la certeza de que Calderón estaba sentenciado, de que no iba a terminar la temporada, porque el equipo no carburaba. A veces una imagen vale más que mil palabras: como la defensa en bloque parece organizarse para el rival marque, o ver la ejecución de las jugadas a balón parado aquel día demostró que allí había cualquier cosa menos preparación. Una cesión dentro del área, se quedó sin ejecutar, mientras tres jugadores del Cádiz decidían qué hacer y quién ejecutaba (mientras un defensa contrario, viendo el desconcierto, se llevaba el balón). Los córners sacados por Airam Cabrera (que se suponía que tenía que rematarlos…), un desastre absoluto que dejaba al equipo con sólo siete puntos de 18 posibles, y con una brecha ya considerable con el líder, los murcianos, que ya se separan a cinco puntos.
A partir de aquí, todo fue posponer lo que claramente iba a terminar ocurriendo. Calderón, muy activo en las redes sociales, de repente “apaga” su twitter, los jugadores empiezan con las arengas típicas, y lo peor, se escuchan las primeras ratificaciones del presidente al entrenador. Como ya se sabe, esa suele ser la antesala del cese.
En este panorama, la única alegría viene de la Copa del Rey. De aquel “partido más importante de la historia del Cádiz” en Lepe (patinazo de declaraciones del presidente), se llega al duelo en La Línea, que de acabar en victoria, permitirá a los amarillos disfrutar de un doble enfrentamiento contra un Primera en competición europea. Esta vez sí, el equipo da el do de pecho, y consigue la victoria en el Municipal linense (que salva Aulestia con un paradón soberbio en los minutos finales), accediendo a la siguiente ronda. Por desgracia, el bombo dichoso habría de avisarnos de que no iba a favorecernos en nada en toda la temporada, y nos dejó fuera de los rivales de Champions, emparejándonos con el Villarreal, un equipo muy superior contra el que había escasas opciones de pasar, pero que no iba a tener el tirón, ni en grada ni televisión, que hubieran tenido los grandes.
Sueños imposibles aparte, en la liga continúa la citada sangría, donde cada punto cuesta dios y ayuda conseguirlo, con el técnico confesando que su equipo no está bien (estamos ya en la jornada 9). El presidente continúa sin ejecutar la sentencia, y la consecuencia es que el equipo se sigue descosiendo, y lo peor, el público se harta, bien pronto, y grita a pleno pulmón que Calderón dimita. Habríamos de empezar aquí a sufrir uno de los problemas que nos impedirían ascender posteriormente: los problemas en ambos laterales, que comienzan con la lesión de Oscar Rubio, para el que resulta imposible encontrar un sustituto de garantías.
Tras el espejismo de la goleada al San Roque de Lepe, llegan de nuevo las dudas, imposible de disipar. El Cádiz no consigue ni derrotar al humilde El Palo en Carranza, hasta que terminar llegando lo inevitable. Ahora en liga, la Balona se toma venganza de la Copa, y borra del mapa a los amarillos, que volvieron a estar horrendos y desaparecidos. Todavía el técnico tiene la desfachatez de afirmar, con un tercio de la competición ya consumida, que “el equipo está mejorando”, en un intento lamentable por salvarse de una sentencia que él mismo se había granjeado. Ahora sí, con el equipo a nada menos que ocho puntos del líder y fuera de los puestos de playoff, Vizcaíno cesa al gaditano. La prueba de que estaba sentenciado es que su recambio apenas tarda 24 horas en llegar: Claudio Barragán, con un ascenso con la Ponferradina en su historial, es el nuevo inquilino del banquillo. Viene con otro peso pesado de la categoría, Alfredo Santaelena, como segundo de a bordo.
En su presentación, Claudio ya es claro con lo que va a exigir a sus jugadores: “tenemos que ser perros de presa cuando no tengamos el balón. Tenemos que correr como un equipo pequeño para ser grandes”. El valenciano no introdujo grandes cambios ni en el dibujo del equipo, ni en los hombres que lo formaban (alguna probatura con Arregi, más presencia a Kike Márquez, y la eterna discusión de si jugar con dos delanteros o solo uno, que normalmente variaba dependiendo de si se jugaba en casa o fuera), pero dio la vuelta a la situación radicalmente. En sus primeros catorce partidos, consiguió doce victorias (incluyendo derrotas sobre Granada B, Jaén y UCAM, principales rivales en la búsqueda del playoff), un empate y una derrota. Un balance a años luz de su antecesor en el cargo en esas mismas jornadas.
Con una racha semejante, comandada por Jona especialmente, pero también con Villar y Airam como arietes inmisericordes arriba, el club fue recuperando paulatinamente posiciones. A su vez, el UCAM, que parecía intratable en la primera vuelta, empezó a mostrar su lado más realista, y la distancia se fue reduciendo, hasta que en la jornada 23, se cambiaron las tornas. Los amarillos se situaron líderes, posición que ya no abandonarían en el resto de la campaña regular.
Se demostraba así que el trabajo del banquillo no había sido correcto antes, y que ahora, con los mismos mimbres, se estaba en la dirección correcta (como así dejan caer varios jugadores). Por fin, el equipo dejaba su portería a cero (de hecho Aulestia estuvo a punto de superar el record de imbatibilidad de Armando), se mostraba firme y seguro y así, era mucho más fácil que, tarde o temprano, el infinito potencial arriba, terminara decantando la balanza. Quien había visto al Cádiz, y quien lo veía ahora.
En el mercado invernal hay muy pocos movimientos. Por desgracia, no se hizo el ajuste en la defensa o en los laterales que era evidente que se necesitaba, y por el que luego se iba a pagar un alto precio. Galindo (que no estaba jugando nada) es traspasado al Sevilla Atlético, Diego González (que sólo juega con el filial) es cedido al Granada B y Kike López causa baja, cediendo su ficha a Hugo Rodríguez, que llega procedente de La Hoya.
Con el primer equipo lanzado ya en modo piloto automático (pese a algún susto, como la enésima derrota en Lucena, campo maldito para el Cádiz), se empieza a hablar ya de posibles rivales, y se vuelve la cabeza al filial, gran lunar (aparte del fracaso de no ascender, obviamente) de la temporada. Desde las primeras jornadas el B se instala en la parte baja de la clasificación, y a pesar de la contratación de Fernando Niño como entrenador, la desbandada que sufre el segundo equipo afecta a su nivel, que terminará descendiendo de categoría, y arrastrando con ello al Balón a Segunda Andaluza. Vizcaíno intentó quitar hierro al asunto, pero terminó reconociendo que era un fracaso que el filial descendiera. Más aún cuando ningún jugador, como ya se ha comentado, dio el salto al primer equipo. Peor aún, los valores que empezaban a destacar terminarían saliendo el verano siguiente (como fueron los casos de Diego González o Pepe Castaño), incendiando a la afición cadista.
Y así, llegamos por fin a los playoff. El Cádiz es campeón y ahora recoge su premio: tendrá oportunidad de ascender directamente si derrota a doble partido a otro con igual condición. El bombo será compartido con conjuntos de mucha entidad: Huesca, Nastic y Oviedo. Todos ellos con sus fortalezas y debilidades. Como es sabido, el sorteo nos empareja con los asturianos, el equipo que seguramente más se parece, tanto en lo deportivo como en lo institucional, al Cádiz. La vuelta, en casa.
Como si de un presagio se tratara, un aviso de lo que se nos habría de venir encima, apenas hace unas horas que se ha conocido el rival, cae la desgracia en el vestuario amarillo: Andrés Sánchez se rompe el peroné y dice adiós al playoff. El equipo pierde al mejor lateral zurdo de la categoría, y de repente, como si nadie se hubiera fijado antes, todos caen en la cuenta: nos jugamos la vida y sólo contamos con dos laterales y tres centrales. La secretaría técnica, como el mal estudiante, pone parche al problema rápido y de forma precipitada, solicitando cambio de ficha a la RFEF por lesión de larga duración. El elegido para reforzar la zaga es Prada, que procede del Zamora. Y todavía hubo algunos aficionados que en contra de toda lógica, alegaban que aquello era un golpe en la confianza de Tomás (que tampoco es que rindiera en los partidos decisivos). No, era un ejercicio de responsabilidad, de apuntalar una zaga que todo el año había estado corta de efectivos.
Ni que decir tiene que la locura se desata a ambos lados de la península. Dos históricos con pasado brillante, que anhelan, que exigen, que desean volver entre los grandes, salir del barro. Se dispara la picaresca para conseguir entradas en uno u otro feudo. Valientes que se pasan noches en taquilla, días enteros en autobús. Por eso, duele aún más como terminó.
Durante una hora, el equipo nos hace soñar en el Tartiere. Sólido, seguro, controlando la situación, el Oviedo, presa de los nervios, no puede ante un rocoso Cádiz que cuando pudo, aprovechó su oportunidad e hizo su gol fuera de casa, al borde del descanso. Cuantos entonces nos las prometíamos tan felices. Por desgracia, los amarillos cedieron terreno en la segunda parte, y dejó que un equipo que casi había doblado la rodilla, se reanimara, insuflado por cuatro gestos y gritos de Cervero, que para colmo, hizo el gol del empate, que dejaba, a pesar de que era un buen resultado, mejores sensaciones en los asturianos.
La vuelta en Carranza, fue un desastre absoluto. Demasiada complacencia. Demasiado hablar del recibimiento al autobús, del himno del centenario que cantarían Andy & Lucas...El Cádiz sólo había perdido una vez en casa en toda la temporada. Pero eso no significaba que no se pudiera repetir. Ya lo avisaba un grande como Pepe Mejías: “las fiestas anticipadas suelen acabar en ruina”. No lo pudo vaticinar mejor. Claudio se equivocó de lleno poniendo a los dos delanteros, por lo que el Oviedo, a través de Generelo, se hizo con el control del centro del campo. Sólo existieron los carbayones sobre el césped. El Cádiz estaba irreconocible. Garrido, que pudo jugar tras el recurso de su expulsión en Asturias, no fue capaz de hacer una sola entrega buena a menos de dos metros. Tomás dejó claro que no era ni de lejos Andrés, le buscaban (con éxito) la espalda continuamente. Espinosa absolutamente desaparecido. Y los de arriba, incapaces de crear. Desde el primero hasta el último, los jugadores cadistas evidenciaban estar totalmente atenazados por la presión, por el miedo a ganar, por el miedo a perder. Ni en un año jugando habríamos marcado el tanto que sí hizo el Oviedo (de nuevo fallaba Tomás en la marca) y que nos obligaba a presenciar en nuestra casa, la celebración de otros un ascenso que tanto queríamos nosotros. Por desgracia, no sería la última vez.
Lo peor de este choque, amén de la pérdida deportiva, fue el poso de rivalidad malsana que quedó entre dos aficiones que debían ser amigas, después de haber sufrido tantos años la misma maldición, de haber pasado por tan similares trances. El recurso de Garrido y la “gracia” del #locoporverterecurrir , la agresión de los ultras azules sobre los aficionados que esperaban en Oviedo a su equipo, la poca clase de Cervero al no saber ganar, el lío con los 155 aficionados asturianos retenidos por la policía (y a los que incomprensiblemente, el Oviedo recordaba en la presentación de sus nuevas camisetas…), demasiada tensión, demasiada agresividad, que ensombrecía el buen ambiente que hubo en las calles tanto de la capital asturiana como de la Tacita.
Toca levantarse y acudir al segundo asalto. Los posibles rivales en esta semifinal son Hércules, Racing de Ferrol o Guadalajara. Por supuesto, el bombo, muy poco amigo, nos empareja con los alicantinos, los más complicados de los tres, como así se demostró. Llega el partido de ida, y los amarillos vuelven a repetir el mismo desajuste que siete días antes. Inexistentes en la primera parte, sin inquietar jamás a su rival, nada más salir del descanso se encuentran con dos goles de Chechu, que pone muy contra las cuerdas a los de Claudio. Sólo entonces reaccionan y acosan al portero rival, consiguiendo un tanto (muy protestado por el rival) que deja las cosas abiertas para la vuelta. Pero ya en el Rico Pérez se percibe que algo se ha roto. El equipo ya no se parece en nada al que en la liga arrasó a sus rivales, y la afición, por primera vez, se levanta contra los suyos. Tantos kilómetros para aquel mal partido no se merecen, y muchos esperan al equipo a la salida del campo para pitarles. Algo que hacía mucho que no pasaba, un anticipo de lo que habría que repetirse.
En la vuelta, tampoco es que las cosas fueran mucho mejor. El Cádiz programa el partido para la mañana del domingo, con el objetivo de que el calor incida sobre un Hércules mermado. En pleno junio, sin embargo, caería una tromba de agua monumental. Los de Claudio sufren lo indecible para batir a su rival (todavía perdura esa última ocasión de Portillo solo ante Aulestia que pasó rozando el palo, durante unos segundos en los que se nos paró el corazón), al que se gana por la mínima, gol conseguido mediante un penalti dudoso que termina de incendiar al Hércules, que alega que los amarillos han comprado su pase en los despachos. La imagen de Chechu señalando al palco gaditano (y que sería posteriormente utilizada por los herculanos en su campaña de abonados) no podía ser más gráfica.
Y así se llega a la última ronda. De nuevo, el emparejamiento no puede ser más mortífero. Dado que el Huesca también ha llegado al último escalón (tras una placentera eliminación frente al Racing de Ferrol) nos toca a nosotros batirnos con el Bilbao Athletic, que por pocos minutos no robó a los aragoneses el liderato de su grupo. De nuevo, un filial se interpone en nuestro camino, como tres años atrás lo hiciera el Castilla.
Mucho tiempo se va a tardar en olvidar el atentado futbolístico perpetrado por el equipo cadista en San Mamés. Esta vez no había excusas: la afición estaba allí una vez más, deseosa de acudir a toda una fiesta en un estadio señorial, con un equipo y afición con la que hay grandes lazos de unión. El escenario es idílico, un recién inaugurado San Mamés que es una alfombra, y que estará muy lejos de ser la olla a presión que implica cuando juega el primer equipo.
Por desgracia, el filial vizcaino pasó como una locomotora por encima del Cádiz, que se vio totalmente desbordado. A los 25 minutos ya perdía por 2-0, pero lo peor era ver la imagen de los futbolistas gaditanos. Totalmente entregados a su rival, con el físico totalmente agotado (a los cinco minutos Villar pudo quedarse solo ante el meta contrario, pero tiró desde muy lejos porque fue incapaz de completar el sprint), un pelele en manos de chavales de 20 años que en ningún momento sintieron la diferencia de experiencia entre ambas escuadras. Y sólo la magnanimidad de los locales, que decidieron levantar el pie del acelerador, evitó una goleada que habría sido histórica. El cambio de Kike Márquez por Migue García cuando no se había llegado a la media hora de juego era la señal demoledora del desastre que se estaba perpetrando sobre el verde. Especialmente patético fue ver a los laterales persiguiendo fantasmas por las bandas, espectadores antes las constantes entradas por banda de los extremos rivales, sin poder subir al ataque ni una sola vez. La tímida reacción en la segunda parte, en la que el extremo jiennense pudo al menos acortar distancias, no aplacó los ánimos de la afición, que ahora sí, al unísono, atronaba contra los suyos al acabar el partido. Aquello era demasiado. Otro viaje más cruzando España (por tercera vez en un mes), jugándonos la vida para ascender, y el equipo realiza el peor partido en mucho tiempo.
El resto de la semana fue una sucesión de intentos, tan loables como irreales, de apelar a la remontada. Era voluntarista pensar que un equipo que no había perdido en toda la temporada a domicilio por más de un gol (y que sólo una vez lejos de su feudo había encajado tres goles) iba ahora, de repente, a caerse como un castillo de naipes. Pero sobre todo, se hacía imposible tener fe en una remontada que habrían de conseguir los mismos que no aparecían desde el descanso en Oviedo, y que habían terminado naufragando de esa forma una semana antes.
Claudio, con poco que perder, y que ya en Bilbao había reconocido que jugando así el equipo no merecía subir, vuelve a introducir muchos cambios en el once (ya lo hizo contra el Hércules). Jona alentaba el milagro y la ilusión con su tempranero gol, pero luego el equipo, pese a intentarlo (con más corazón que cabeza, con más dominio que ocasiones reales), fue incapaz de volver a hacer blanco. Con los once jugadores ya entregados en el descuento, mascando su fracaso, una última jugada de los cachorros bilbaino privaba de la victoria, y lo peor, abría la puerta a otra imagen lamentable de nuestra afición (demasiadas en este playoff), con el lanzamiento de botellas masivo a los rivales, cuyo único pecado fue celebrar el ascenso que acababan de certificar. Aunque era unos impresentables que no nos representan, ya ni con un club tan amigo como el Athletic podía quedar la fiesta en paz. Tres enfrentamientos, tres “cadáveres” que quedaban por el camino.
Una victoria en seis partidos de playoff, cuatro goles a favor en 540 minutos. Cualquier parecido con el equipo de la segunda vuelta, fue pura coincidencia. Con ese bagaje, lo único que quedaba era resignarse, llorar amargamente otra vez lo que el fútbol insiste en negarnos, seguir purgando nuestros pecados (a saber qué hemos hecho tan malo) en la podredumbre de la Segunda B.
CREACIÓN FICHA: 07/06/2014
ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN: 02/10/2015
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