Y toca volver otra vez a los infiernos. Tras una temporada nefasta en Segunda, en la que sólo en el tramo final hubo alguna esperanza de salvación (que terminó demostrándose un espejismo), la afición cadista, tiene que ver a su equipo de nuevo en categoría no profesional. La hinchada amarilla, harta de recibir golpes, ya apenas se molesta en protestar.
Y eso que le siguen lloviendo palos. El enésimo revés llega cuando se hacen públicos los precios de los abonos para la nueva campaña. Si quedaba algún crédulo que pensaba que al menos el bolsillo se vería beneficiado por la pérdida de categoría, y que Muñoz iba a tener una consideración con la masa social que soporta el club, se desengañó al ver que en Cádiz íbamos a pagar más que la mayoría de clubes de Segunda, y que algunos incluso que Primera. Costaba creerse la carta de precios de la campaña de abonados, que por mucho que se llamara "Unicus" y que pretendiera tocar la fibra sensible tirando de los mejores momentos de nuestra centenaria entidad, lo único que consiguió que por una vez, el cadismo saliera a la calle (aunque en número muy reducido) a protestar por el abusivo importe que habría de pagarse para seguir apoyando a un equipo que una y otra vez se empeñaba en morder la mano que le daba de comer.
Tampoco es que algunos de los cambios que hubiera en el club ayudaran a sosegar los ánimos, que más caldeados, estaban totalmente apagados, lo que era si cabe más peligroso: la hinchada ya no tenía ganas ni de gritar, ni de mostrar su cabreo, y esa indiferencia podía convertirse en el tiro de gracia de la entidad.
Antonio Muñoz anuncia que deja de ser presidente, aunque continúa como dueño del accionariado, lo que para la grada se traduce en "mismo perro con distinto collar". La patata caliente va pasando de uno a otro miembro del consejo hasta que finalmente, Enrique Huguet da un paso al frente (con su familia en total desacuerdo con él, lo que le honra todavía más en su ilusión por ayudar a su equipo, que se muestra moribundo) y se postula como presidente, dejando claro, eso sí, que su ofrecimiento tiene fecha de caducidad: 30 de junio de 2011. Haya ascenso o no, Huguet se hará un lado el mismo día que concluya la temporada.
Pero lo peor estaba por llegar. Muñoz y su Consejo de Administración, ante la imposibilidad de cumplir con todos los contratos de la última temporada, se lanzan al maná de salvación que es la ley concursal. Deprisa y corriendo, el Cádiz casi se va a Tercera: la jueza que lleva el caso del Cádiz se pone enferma en julio y no había reemplazo. Si el 31 de julio no se ha declarado el concurso, el Cádiz es descendido por la deuda que mantiene con sus futbolistas y cuerpo técnico. A trancas y barrancas, finalmente el procedimiento llega a puerto, pero deja tras de sí un informe demoledor: la SAD debe más de doce millones de euros, y aquí, a diferencia de la venta frustrada de Baldasano, no caben contrainformes ni auditorías de las auditorías. El único consuelo que le quedaba al cadista, que su club estaba saneado y que más o menos, podía hacer frente a la crisis, se hace añicos.
Salen deudas y acreedores hasta debajo de las piedras. Uno de los más escandalosos impagos es a Nacional de Montevideo, por el fichaje de Alexander Medina, que llegó a Carranza cinco años antes. Además, el tribunal no está nada conforme con el contrato de cesión/venta que se hizo entre Cádiz, Almería y Genoa por Chico, sacando a la luz los trapicheos que se habían montado entre los tres clubes. Ahora sí, el cabreo en el entorno cadista es mayúsculo: ¿a quién ha pagado el Cádiz en los últimos años? ¿no habíamos quedado en que no se habían fichado mejores jugadores en Primera y en Segunda, buscando la permanencia, para no poner comprometer la economía futura del club? ¿No era el Cádiz un club que arrojaba siempre superávit, que era autosuficiente?
El clamor contra Muñoz es, ahora sí, unánime. Unos le reconocen sus éxitos pasados, y otros van directos a la yugular, pero hasta el último de sus defensores no tiene más remedio que admitir que la deuda que arrastra la entidad pone en peligro la subsistencia de la misma, y que él y sólo él es el responsable de la misma. Por su parte, el máximo accionista se queda entre bambalinas, y lanza a Huguet y a su hijo mayor a los medios, que responden cómo pueden al vendaval de preguntas. Sin embargo, la premisa está clara: el cordobés no se deshará de su paquete accionarial si no es cobrando el valor nominal del mismo, lo que asciende a tres millones de euros. En un contexto de crisis mundial, y con un club que debe doce millones y que no tiene posibilidades de pelotazos inmobiliarios, los compradores brillan totalmente por su ausencia.
En todo este maremágnum, el club debe poner en orden su parcela deportiva, que no es que esté para tirar cohetes. Una de las poquitas alegrías que se llevó la parroquia local fue el nombramiento de Roberto Suárez como director deportivo. Con el recuerdo todavía amargo de Julio Peguero, la afición aplaude que un antiguo jugador muy querido, y que siempre ha demostrado mesura y buen hacer, sea el que se encargue de construir el plantel que debe regresar, cuanto antes, al Cádiz al fútbol profesional, ya no por dignidad deportiva, sino por pura y dura subsistencia de la empresa.
Y si gustó el director deportivo escogido, no tanto lo fue el técnico que habría de liderar el proyecto. Nuevamente Muñoz se decanta por un técnico joven sin apenas currículum, Risto Vidakovic, que viene de entrenar al Écija, con el que consiguió los resultados esperados. Le acompaña otro antiguo jugador bético, Juan Ureña.
Ahora sí, hay que comenzar a construir la plantilla, que con todo lo relatado anteriormente, ya se puede deducir que no incluyó ningún jugador de relumbrón, a tenor de cómo estaban las arcas cadistas. Uno de los "fichajes" del verano fue la renovación de Dani Miguélez, que se llevó a cabo poco antes de la entrada de los administradores concursales.
La llevó Muñoz personalmente con el guardameta, que, habiendo jugado muy bien sus cartas, pasó a ser uno de los mejores pagados de la entidad. Ahora veremos que el arquero no estuvo luego a la altura de ese honor.
También hay lío de contratos con Arriaga, Álvaro Silva y Cifuentes. El primero terminaría perdonando el contrato a cambio de la carta de libertad (para fichar por el Ceuta), pero los dos zagueros son dos de los pocos jugadores que continúan tras el descenso, y sus contratos (que especifican cantidades a percibir según si se milita en Primera o Segunda, pero no dicen nada de la categoría de bronce) son totalmente inasumibles para la nueva situación del Cádiz. A regañadientes, ambos aceptan una rebaja considerable de los mismos, pero con la mente puesta en denunciar a final de temporada el incumplimiento del mismo (la AFE les informa que el club está obligado a pagarles la cantidad mínima que se estipule, es decir, el sueldo asignado para Segunda División).
A partir de aquí, van llegando los nuevos fichajes, aunque ninguno ilusiona especialmente a Carranza. Nadie tiene nada contra ellos, pero los Baquero, Serrano, Diego Reyes, Moke, Alvaro Campos, David González o Alvaro Jurado son claramente futbolistas de bronce, y el cadismo está ya más que harto de ver pasar jugadores como ellos. Algo más de impacto tiene el alta de Sergio Pachón, delantero con mucho recorrido en Primera y Segunda División; o el de Aarón Bueno, que tuvo un comienzo de liga fulgurante pero que se apagó más rápido aún. Y luego están los clásicos fichajes que nadie comprende, como el de Hugo García (procedente del Fabril donde tampoco había tenido un papel muy destacado) o sobre todo, el de Ian Daly, un irlandés de menos de 23 años que no habla ni papa de castellano, sin credenciales ninguna, y que se fue con las mismas que llegó. Ellos eran la mitad de la delantera que habría de devolvernos a Segunda.
Además de los incombustibles Enrique o Raúl López, y algunos "clásicos" como Velasco, López Silva, Carlos Caballero, Fran Cortés o Josemi Caballero; el plantel se completa con algunos canteranos que no tendrían apenas minutos: Dieguito, Ricardo, Rubén Díaz, Pecci o Germán (que en el mercado de invierno no aguantó más y se fue al San Fernando).
Empero, el comienzo liguero del Cádiz es muy esperanzador: liderados por un Aarón Bueno en estado de gracia, en los seis primeros partidos se suman cinco victorias y un empate, que sitúan a los amarillos al frente de la clasificación. En las jornadas 7 y 8, sin embargo, veríamos la que habría ser la otra cara del equipo, y que habría de aflorar en más de una ocasión. Creyéndose superiores sólo con salir al campo portando el escudo cadista, de repente la plantilla levanta el pie del acelerador, y se encuentra de bruces con la cruda realidad: el Betis B en Carranza, y luego el Poli Ejido a domicilio le pintan la cara, eliminación copera añadida, también por parte de los almerienses. Especial venganza se toma el excadista Manolo Pérez, del que Vidakovic dijo en rueda de prensa que no valía para el Cádiz, pero que le endosó uno de los goles de la derrota en Santo Domingo.
A partir de aquí, la irregularidad se adueña del once de Vidakovic, que empieza a recibir palos a diestro y siniestro, acusado de no saber dar con la tecla. La derrota en el campo de San Roque (con un Cádiz, vestido a rayas horizontales rojas y blancas, totalmente inoperante en ataque y dejando una imagen absolutamente lamentable) dispara todavía más el cabreo del respetable. El partido siguiente, en Carranza, pese a terminar con victoria local, 4-1, deja una dolorosa imagen de un estadio casi vacío (que sería muy comentada esa semana como símbolo del hartazgo de la afición), por mucho que el club se empeñara en maquillar las cifras de asistencia (que a partir de aquel día empezó a darlas en el descanso).
El Consejo de Administración, en contra de lo que suele ser habitual (ratificar al técnico de puertas hacia afuera, pero amenazarlo con la destitución en privado) se salta el primer paso y emite un comunicado instando al técnico a mejorar en los dos siguientes partidos o atenerse a las consecuencias. La advertencia tuvo el efecto totalmente opuesto al deseado (o no), y es que el bosnio, ya totalmente perdido y sin saber qué hacer, ve como su equipo cae frente a Lucena y Lorca (como no estaría de desesperado en este partido, que dio los últimos minutos a Ian Daly para intentar al menos empatar), lo que precipita la guillotina sobre su cuello. Vidakovic es ya historia del Cádiz CF.
Para el nuevo técnico los administradores concursales no lo ponen fácil, y la cantidad que se pone sobre la mesa para traer a un nuevo entrenador es bastante exigua. Esta vez, Suárez y Muñoz prefieren no arriesgar y traer a un técnico conocido de la casa, y que infunda respeto entre los aficionados. Los nombres que salen a la palestra son dos clásicos del banquillo de Carranza: David Vidal y Jose González. El graderío quiere sangre y ver a sus (salvo honrosas excepciones) indolentes jugadores castigados, por lo que el nombre del gallego es aclamado y solicitado como nuevo preparador cadista, sabedor de que Vidal no se andará con tonterías con aquellos que no se dejen la piel en el campo. Pero finalmente sería el gaditano, más del gusto de Suárez, el que se llevaría el gato al agua, y firmaría en su tercera etapa al frente de la nave amarilla.
Cual montaña rusa, el Cádiz vuelve a subir como la espuma. La llegada del técnico insufla de una motivación extra a los jugadores (lo cual venía a corroborar la teoría de que los futbolistas amarillos actuaban un poco a impulsos y que no siempre salían al verde con la misma intensidad), que suman cuatro victorias consecutivas (con triunfos importantes como la salida a Puertollano o la visita del Sevilla B a Carranza). Por desgracia, el efecto González habría de diluirse pronto, y a esas cuatro victorias le siguen tres derrotas muy dolorosas, en Roquetas, en Carranza frente al Melilla y en Jaén, donde los amarillos vuelven a dejar una imagen deleznable, incapaces de incordiar lo más mínimo al meta contrario.
Hasta a Jose González se le escaparon palabras muy duras para con sus futbolistas en rueda de prensa, que enseguida trató de tapar, pero la verdad era ya evidente: había mucha gente en el vestuario que no estaba en absoluto comprometida con el proyecto y la entidad.
Las alarmas se disparan y es el propio González quien advierte: no es sólo el prestigio deportivo lo que está en juego, también lo está la supervivencia económica de la entidad, los puestos de trabajo de muchas personas, la imagen de una ciudad, el pan de muchas familias, incluidas las de los futbolistas.
La reacción parece que llega en el campo de un todopoderoso líder, el Murcia (que parecía el Cádiz de hacía dos años, tan diferente de este…), pero un gol encajado en el descuento desmantela esa falsa ilusión.
Se llega al plazo de fichajes del mercado invernal y nuevamente se monta lío con los contratos de Cifuentes y Alvaro Silva. Ambos denuncian al Cádiz por impago, lo que bloquea la posibilidad de cualquier refuerzo. El madrileño se echa atrás, pero el jiennense se mantiene en su postura, defendiendo lo que la entidad le firmó meses atrás. Finalmente, de muy mala gana, Silva acepta retirar la denuncia para que el club pueda fichar, y Suárez trae a dos nuevos jugadores (tras dar la baja a Ian Daly y a David González): Antonio Moreno, que entrenaba sin equipo en el grupo formado por la AFE para jugadores en paro, y que cumplió sin grandes alarades, y a Juanse, interior diestro que en principio llegaba para el filial, pero que encandiló a Jose González desde el primer día, y que cada partido daba la razón a su técnico para ocupar esa demarcación. En una temporada tan gris, el jiennense fue uno de los pocos soplos de aire fresco que recibió el cadismo.
Pero esta temporada está especialmente diseñada para sufrimiento y sonrojo de la afición, y enseguida llega una nueva polémica. El mismo día que debutan los nuevos fichajes amarillos, Dani Miguélez sufre una brutal patada de un descerebrado del Yeclano, que lo patea salvajemente cuando el meta hace tiempo que tiene el balón entre sus manos, provocándole un severo traumatismo en brazo y clavícula, que requiere de intervención quirúrgica. El guardameta, tras someterse a varias pruebas, queda descartado para varios meses. El club piensa en presentar el caso a la Federación como una lesión de larga duración, para que permita el fichaje de otro guardameta fuera de plazo.
En una decisión tan extraña como esperpéntica, el organismo regulador da el OK a la operación siempre y cuando se tenga el visto bueno del portero. El guardameta, sin embargo, se niega, defendiendo que tiene contrato y que se ve llegando al tramo final de liga, pero provoca la ruptura de las negociaciones de su renovación (terminaría saliendo ese 30 de junio). La afición entiende el gesto como un acto muy egoísta por parte de un canterano, incluso el mismo Jose González se lo recrimina en público, pero Miguélez no se echa atrás, y González se resigna a quedarse únicamente con Alvaro Campos como guardameta, y Ricardo, que actúa en el filial, como recambio. El valenciano, que ha tenido sus más y sus menos con la afición (que, cansada de no recibir nada de sus jugadores en los últimos años, no perdona ni una), que le había pitado en algunos partidos, a lo que él respondió con unas polémicas declaraciones ("en el Cáidz se le pitaría hasta a Iker Casillas") y cuya relación con Miguélez es más que tensa (enésimo síntoma de un vestuario que está cuarteado y que no genera ninguna confianza), se queda en solitario para defender el marco. El canterano cadista no volvería a ser convocado hasta la promoción contra el Mirandés.
Otra vez, la plantilla amarilla va reaccionado a arreones, empujado por la fuerza de Raúl López y Cifuentes, el desparpajo de Juanse, la calidad de Carlos Caballero y los goles de Pachón y Enrique, que, ajeno a la polémica que siempre genera su figura, entra en la historia cadista al alcanzar el puesto número 10 en la lista de goleadores de la historia del club, en un año especialmente prolífico para él en lo que a goles se refiere. El Cádiz hace un mes de febrero casi sobresaliente (un empate y tres victorias) para luego, de nuevo en marzo, sacar a pasear a su Mr. Hyde particular y caer en Carranza ante el San Roque, y en el campo del Écija, en uno de los partidos más chirigoteros que haya jugado nunca el Cádiz (que habría de ser superado semanas después), que a la media hora ganaba por 0-2, para ver cómo se iba al descanso con el marcador adverso de 3-2, ver para creer. El propio Jose González estallaba incrédulo ante la falta de bemoles que veía en las camisetas amarillas.
Cuando el Cádiz toca fondo al empatar en casa contra el Lucena, en abril se vuelve a reactivar. Una abultada goleada a domicilio en Lorca (0-4) es el golpe de confianza que hacía falta para encadenar nada menos que seis victorias consecutivas. Después de una temporada de tantísimos sin sabores, de tanta irregularidad, parece que por fin los jugadores han despertado de su letargo y han metido la directa. Ha sido tarde, pero que mejor momento para dar un sprint que en el tramo final de liga.
Aunque la alegría dura muy poco en casa del pobre, nunca mejor dicho. Cuando parece que por fin hay cierta sintonía entre grada y jugadores, cuando parece que las aguas vuelven a su cauce, la plantilla, en boca de sus tres capitanes (Raúl López, Cifuentes y Enrique), una vez conseguido el pase matemático a los playoffs, pone de manifiesto que llevan tres meses sin cobrar (pese a estar el club intervenido judicialmente) y que de seguir así, la plantilla podría tomar medidas. Huguet se apresura a explicar que el impago se debe a que la entidad está pendiente de recibir pagos, pero por más que lo intentara, el gaditano no se podría quitar nunca la etiqueta de marioneta de Muñoz, que es quien en última instancia se lleva los palos, empeorando, si es que eso era posible, la opinión que tiene la afición de él.
Aparcada la enésima crisis de la temporada con un pago de urgencia, el Cádiz se planta en los playoffs de ascenso. Su último partido en Melilla, donde optaba a la segunda plaza, se toma como trámite (el cuarto puesto estaba asegurado) y los amarillos acceden al bombo tras ocupar la cuarta plaza de la tabla. Su rival será uno de los subcampeones de los otros tres grupos, a saber: Guadalajara, Mirandés y Badalona, con el primer partido a disputar en Carranza. Son los castellano-leoneses los que la suerte depara en el bombo.
La ida deja muy buen sabor de boca entre los aficionados. El 2-0 cosechado, con goles de Cifuentes y Moreno parece poner el pase en bandeja, y así lo entiende hasta algunos aficionados rivales, que parecen arrojar la toalla. Desgraciadamente, quedaba por disputarse el choque en Anduva. En un escenario reducido y con un público y rival entregados a la causa, el Cádiz, supuesto equipo grande, se fue haciendo más y más pequeño cada vez, hasta ser pasados a cuchillo. El Mirandés igualaba la eliminatoria en el minuto 70, pero Pachón, pasado el minuto 80, hacía un 2-1 que parecía, esta vez sí, sentenciar el pase. De forma que todavía es incomprensible hoy, los amarillos se dejaron encajar dos goles más, el segundo de ellos ya en el descuento, sin tiempo para más. El Cádiz había entregado el balón en los últimos minutos al contrario, que a fuerza de ponerla en la olla una y otra vez consiguió una remontada que parecía imposible.
La tormenta que se desató fue colosal, baste una frase de Jose González para dar una idea de las dimensiones de la misma: "no hay cojones de decirme en el vestuario que fui cagón", y es que eran muchos los aficionados que culpaban a Jose de haber permitido ese rácano planteamiento en Anduva, especialmente en los últimos minutos. Incluso se hablaba de que era un rumor entre sus jugadores, de ahí el exabrupto del técnico. Pachón, sin querer echar más leña al fuego, fue muy claro al respecto: "no estuvimos a la altura de las circunstancias". Vamos, que el equipo se lo había hecho encima.
En cualquier caso, pasada la frustración del primer momento, según iban pasando horas la resignación se iba apoderando del entorno cadista, y es que, como se escuchó mucho esos días, "si no hubieran sido estos, habrían sido los siguientes". La desastrosa irregularidad mostrada por el plantel amarillo todo el año no invitaba en absoluto a pensar que se podrían haber pasado dos rondas más. El consuelo era escaso y la perspectiva, muy negra: aparte de seguir otro año en la categoría de bronce, no se veía atisbo alguno de cambio de dueño, y las finanzas cadistas seguían muy lejos de arreglarse. La afición amenazaba con abandonar por completo a su equipo mientras Muñoz no saliera del club, y se atisbaba un clima de desencuentro total, con la grada negando el dinero de abonos y entradas que eran el pulmón de una entidad que amenazaba con morirse.
Como ven, poco hemos hablado aquí del Centenario cadista, y es que, más allá del encuentro de Leyendas del Cadismo celebrado a primeros de abril (y que como siempre, estuvo impregnado de mucha polémica al no poder el club forzar la presencia del gran astro salvadoreño Mágico, así como reunir a otras figuras como Mosquera, Tilico, Ariel Zárate y tantos otros, amén de llevar sólo a siete antiguos entrenadores y a ningún expresidente o familiares de los mismos, salvo Márquez Veiga), la efemérides que debía ser una fiesta por todo lo alto, pasó sin pena ni gloria, engullido por los gravísimos problemas económicos y deportivos que asfixiaban a la entidad y a la poca afición que quedaba.
CREACIÓN FICHA: 02/07/2010
ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN: 03/10/2020
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