Sigue pasando el tiempo, y todavía es difícil comprender como una plantilla tan corta como la que tenía el Cádiz CF esta temporada, que no había de ser sino la de la confirmación en la categoría de plata del club, resultó finalmente en un ascenso a Primera que terminó de desatar la locura colectiva en nuestra ciudad.

Jose González, que no para de crecer como entrenador, es reclamado para el banquillo del Albacete en Primera, y Antonio Muñoz vuelve a arriesgar en la elección del nuevo técnico, rescatando del cajón a Víctor Espárrago, que ya conocía lo que era sentarse en el banquillo de Carranza. Tanto a entrenador como a directiva le cayó entonces de todo por parte de muchos medios, que no entendían la contratación de un técnico que, según su opinión, estaba caduco y fuera de circulación. Al final, todos tuvieron que admitir la valía del uruguayo y lo acertado de su llegada.

Salen muchos jugadores de la última etapa en Segunda B, como Pablo Sánchez, Sambruno, Sergio Iglesias o Víctor García, además de otros que, por distintos motivos, no funcionaron el año anterior (como Iban Espadas, Quevedo, Babangida o Armada). Sin embargo, las altas se producen a cuentagotas: Fredi (que a mitad de temporada, tras varios problemas de actitud, fue totalmente descartado por Espárrago), Mirosaljevic (que más allá de su poderío mediático, no se mostró como el goleador que había sido en su país), Samba (absolutamente inédito) y Bezares y Fleurquin, los únicos de todos ellos que sí fueron pieza básica. Así pues, la lista de jugadores se antojaba muy escasa.

De hecho, la convocatoria cada semana no encierra ningún misterio: hombre arriba, hombre abajo, la lista es siempre la misma. El plantel se mantiene en un débil equilibrio, pero las lesiones y sanciones respetan al equipo, y Espárrago puede contar siempre con su once de gala. El papel del Cádiz debe ser el de no pasar apuros y asentarse definitivamente en la categoría. Pero una racha histórica de siete partidos ganados consecutivamente, justo antes del descanso navideño, cambia la vaina de forma radical: los amarillos están en el carro de los favoritos, y la inercia ya es de perseguir el ascenso, por mucho que jugadores y técnico se empeñen, como era su deber, en tratar de contener la euforia.

La escuadra gaditana mantiene el ritmo de carrera en la segunda vuelta. La reclamación por alineación indebida contra el Celta allana aún más el camino, y el Cádiz se sitúa en el liderato. A punto está de repetirse la historia en la penúltima jornada de liga, en la que recibimos al Terrassa en casa. Los paralelismos entre 1977 (en la que el Cádiz ascendió entonces por primera vez a Primera en Carranza frente al club catalán y el Betis fue campeón de Copa) y 2005 están en boca de todos, hasta de los menos supersticiosos. Los de Espárrago cumplen en su choque, pero lo hacen también sus rivales, y todo queda por decidirse para la última jornada, en la que el Cádiz visita Chapín. El partido del siglo.

Parece el escenario más hostil y menos adecuado para pelear un ascenso, pero el equipo está vacunado contra todo eso, y sólo piensa en ganar, tengan a quien tengan delante. Muchos son conscientes de que no volverán a tener una oportunidad así de jugar en Primera. Pese a los nervios y tensión reinantes, pronto se ve que la superioridad del que está motivado por el premio de un ascenso es patente. Oli, su golazo y su celebración, quedarán para siempre en los anales de la memoria colectiva cadista. En el segundo tiempo, y mirando hacia el fondo que está repleto de cadistas, Paz vuelve a tener la oportunidad de certificar un ascenso con un penalti. El portuense no vacila. Balón adentro, y otra vez a la calle, otra vez de fiesta, otro ascenso en dos años. Parece mentira que apenas 24 meses antes, el Cádiz estuviera jugándose su futuro en un campo como el Juan Guedes.