Temporada que abrió la caja de los truenos y que casi arrasa con noventa años de historia de fútbol en nuestra ciudad. El grupo ADA, que se había hecho con el control del club la temporada anterior, vuelve a apostar fuerte y tira de talonario para configurar un Cádiz fuerte y que de el salto a Segunda División.

Chico Linares recibe el bastón de mando, tras su éxito con el Mallorca B, al que ha llevado a la categoría de plata. En cuanto a jugadores, nuevas caras llegan a Carranza como el portero Rojas (el único de cuantos estuvieron con Armando que le disputó la titularidad al vasco), el lateral derecho Sastre, el centrocampista aragonés Jorge Sánchez, regresa Cortijo, en excelente forma todavía, y un jovencísimo Duda, cedido por el Málaga, que este año no habría de tener muchas oportunidades.

Aunque por encima de todos ellos, destacan dos nombres que por sí solos resumen y explican la temporada que analizamos: Darko Ljubojevic y Loreto. El primero, yugoslavo, apuesta personal de Fran Canal, que lo conoce de su etapa en el Ourense, no puede jugar en Segunda B, pero aún así es contratado, con esperanzas de conseguir su nacionalidad. Pasa todo el verano y el trámite no cristaliza, aunque se espera que para diciembre, el balcánico sea el “fichaje” estrella. Pero nuevamente, como era de esperar, le es negada la nacionalidad (se habló incluso de que el club le buscó un matrimonio de conveniencia para que podara jugar). Para colmo de males, Darko es protagonista involuntario de una historia rocambolesca: su nombre coincide con el de un criminal de guerra, y la Interpol lanza una orden de busca y captura contra él. Al final, una campaña entera en nómina en el club sin jugar un solo minuto en partido oficial.

Por su parte, Loreto, en el que gran parte de la afición había puesto sus esperanzas como el delantero que habría de terminar con la maldición del nueve de Carranza, y que liderara el retorno del Cádiz a Segunda, termina suponiendo el mayor jarro de agua fría que ha recibido la hinchada amarilla en mucho tiempo. El sevillano, que viene precedido de unos números sensacionales en los equipos en los que ha estado (sobre todo, en el Córdoba y el Logroñés) y que ha debutado en Primera con el Zaragoza, sólo anota dos goles en treinta partidos jugados.

En honor a la verdad, hay que decir que la falta de olfato goleador es un mal que afecta a todo el equipo, que no logra más que 24 pírricas dianas en toda la temporada. Con este dato, huelga decir cuál fue el principal problema de un equipo llamado a conquistar la gloria, y que terminó pidiendo la hora. Tras estar Chico Linares al frente del banquillo casi toda la primera vuelta, el club decide cesarle y dar el relevo a Juan Antonio Sánchez Franzón, que tampoco consigue arreglar el desaguisado. El club amarillo, que hacía unos meses era el principal candidato al ascenso, se ve a muy pocos puntos del descenso, y todas las alarmas se disparan.

La directiva, tras dos apuestas locales en el banquillo, mueve sus contactos en Madrid y contrata a Emilio Cruz, que viene con el único objetivo ya de salvar la categoría (el tren del ascenso hace mucho que pasó por Cádiz, sin hacer escala). El madrileño debuta con dos derrotas consecutivas en casa ante Écija y Guadix que ponen al club al borde del abismo, pero un estirón final permite regatear la Tercera División. Fue un suspiro momentáneo: lo peor estaba por llegar, una vez que el grupo ADA, tras este nuevo fiasco, decide abandonar el club a su suerte.