Parece increíble, pero aquí estamos. 24 años consecutivos en categoría nacional, en los que parecía que jamás volveríamos a los infiernos, pero tras los desmanes, atropellos y esquilmos del dúo Gil-Cerezo, el vacío de poder en la directiva, la pésima gestión deportiva....la afición se ve condenada a sufrir algo que debían padecer otros.

Para colmo, la caída ha sido demasiado pronunciada, y ni el club ni la afición están preparadas para una categoría que ninguno de los dos conocía aún. Y es que pasar, en tan poco tiempo, de campos como el Camp Nou o el Bernabeu en Primera, o el Luis Sitjar o Sarriá en Segunda, a los que habrían de visitarse en la categoría de bronce, mediaba un abismo.

El club tiene que mirar de nuevo a la cantera, ante la dramática caída de ingresos y la desidia de sus dirigentes. Jugadores criados en las categorías inferiores, como Raúl Procopio, Méndez, Mateos, Galisteo, Castellet, Bermúdez, Diego Cordero, Javi Germán, Méndez, Chico, Paquito Aragón, Luina, Vega o Verastegui conforman el grueso del plantel.

En el colmo de la mala suerte o la mala gesión, según quiera verse, los pocos fichajes que puede permitirse el club darían un rendimiento más que discutible: Rafa Bono, Zapatera, Pino y Ortiz dejarían mucho que desear, y protagonizarían uno de los más tristes episodios de la historia cadista en la temporada siguiente. Sólo Garitano, máximo goleador de esa temporada, y Férez, sensacional portero, dieron la cara.

A pesar que ya estuvo la pasada temporada, descendiendo al equipo, en el banquillo continúa Cacho Heredia, que ya por fin obtiene el carnet de entrenador y no necesita que otro lo ponga por él.

La primera vuelta no es mala, pero en la segunda, el equipo firma unos pésimos resultados, finalizando en un triste décimo lugar. Sin duda un desastroso capítulo de la historia cadista, que por desgracia, era el primero de una larga sucesión de desilusiones.