La temporada 2002-2003 la comenzó en el Alavés, pero no jugó ningún partido, y a finales de enero fichaba por el Nástic, con el que jugó en Segunda B hasta final de liga.

En el verano de 2003 firma por el Numancia, pero finalmente se queda sin ficha, y de esta manera, termina recalando finalmente en el Cádiz.

Era un jugador de excelente nivel técnico, auténtico mediapunta, clásico jugador que lleva el 10 a la espalda, y que generó una gran expectación en el cadismo. De alguna manera, tras nueve años en Segunda B, Mario Rosas venía a simbolizar el cambio de status del club, el acceso a muchas cosas que por momentos, parecía que iban a ser negadas de por vida.

Sin embargo, estuvo muy lejos de dar el rendimiento que de él se esperaba. Nunca terminó de entrar en el equipo, de dibujar los pases milimétricos que había dado en el filial barcelonista, de romper los cerrojos rivales. Y desde luego, no fue ni por falta de oportunidades, ni porque su equipo no diera un buen rendimiento. La competencia con Pavoni, lejos de espolearle, pareció hundirle, y el argentino le pasó por encima.

Tan mal lo hizo en el Cádiz, que tuvo que dar un paso atrás y caer a Segunda B, para jugar con el Girona. El malagueño, no obstante, reaccionó, y un año después de dejar el Cádiz firmó por el Castellón, donde volvió a ser un futbolista de verdad, el que nos habría gustado ver en Carranza.

A partir de ahí continúa un rosario de equipos diversos, incluyendo una breve aventura en Azerbayán, hasta que finalmente llega al Eldense. Allí haría labores de jugador y director técnico, ascendiendo a Segunda B. Con el club alicantino de vuelta en la categoría de bronce, decide colgar las botas y centrarse en su parcela en los despachos.