Increíble creerse como terminó la temporada el congoleño, a tenor de lo que le vimos en la primera vuelta, en la que se mostró como un jugador totalmente errático. El mismo reconocía al llegar que venía de mucho tiempo de inactividad y que no estaba todavía para muchos trotes, tras haber estado apartado en su anterior equipo, el Genk (que lo había tenido apartado entrenando con el filial durante los últimos tres meses).
Su crecimiento va a ser imparable en la segunda vuelta. Había que frotarse los ojos para ver como destrozó a la defensa del Girona, para entre otras cosas, servir la asistencia para el 2-0 a Sergi Guardiola. Para el tramo final de liga, está completamente desatado. En el victoria en el campo del Betis tuvo ocasiones de gol que sacó el portero, centros medidos que sus compañeros no aprovecharon, forzó un penalti y cabalgó medio campo entero para servir el gol en bandeja a Chris Ramos. Descomunal.
Se doctora el día del partido en casa frente al Valladolid, final por la permanencia a tres jornadas del final. Después de tener varias ocasiones, golazo de bandera (por fin le salió el gesto que llevaba intentando ya varios partidos) desde fuera del área con la zurda, y luego penalti ejecutado con toda la seguridad del mundo (después de que Alcaraz hubiese fallado antes otro, con la presión que eso suponía). Culminación de su proceso de maduración en el Cádiz, después de las muchas dudas que dejó en sus inicios, y dándose el lujo de acabar pichichi de su equipo.
Su rendimiento llamó la atención y enseguida se empezaron a escuchar nombres de equipos interesados por él, poniendo dinero sobre la mesa. A pesar de que tenía tres años más de contrato con el club cadista, los siete millones que terminó poniendo el Spartak de Moscú (el jugador había costado tres) hicieron que efectura la, hasta entonces, venta más cara realizada por el Cádiz en su historia.