Con 175 partidos a sus espaldas, repartidos en tres categorías diferentes, puede decirse que Fleurquin va a quedar para siempre marcado en la memoria de los aficionados cadistas como uno de los mediocentros más viscerales que ha pasado nunca por Carranza. A Fleurquin se le podrían sacar muchos defectos, pero desde luego, jamás se le vio deambulando por el campo: en cada partido dio hasta la última gota de gasolina que le quedaba. Es por esto que, en el verano de 2010, cuando se confirmaba el regreso del uruguayo a su país de origen, la afición cadista le despedió con aplausos y halagos, pese a que el humillante descenso de la campaña anterior todavía humeaba calentito en el subconsciente amarillo.

Andrés llega al Cádiz en pleno apogeo del equipo. Tras varios años enfagado en la Segunda B, el club disfruta ahora de una posición desahogada en la categoría de plata. Víctor Espárrago, que regresa a Carranza, avala el fichaje de su compatriota. Mediocentro de brega, incansable, de los que no hacen prisioneros (sus codos, que a menudo sacaba a pasear, le costaron más de una tarjeta roja y más de una dura polémica con el respetable, en el único reproche que éste le hizo al jugador sudamericano en sus seis campañas luciendo la elástica amarilla), su participación en su primera campaña es importantísima (llega incluso a marcar cuatro goles, algo totalmente inédito en su carrera deportiva) para que el club regrese a Primera, tantos años después.

En la máxima categoría Fleurquin sigue siendo indispensable para Espárrago. Como es sabido, la aventura en la liga de las estrellas dura un único episodio, pero desde luego, Fleurquin estuvo muy lejos de ser uno de los culpables. Más bien al contrario, sin él seguramente el sueño se habría acabado mucho antes.

En las dos temporadas siguientes, ambas en Segunda, Fleurquin sigue siendo un pilar básico del equipo, convertido ya en uno de los capitanes. Cuando llega el desastroso descenso de 2008, el uruguayo, lejos de escurrir el bulto, da un paso al frente, y se queda en Carranza para vengar la afrenta hecha a los aficionados.

A Fleurquin no se le caen los anillos por jugar en Segunda B. Se bate en los campos de pueblo que tiene que visitar ese año el Cádiz como lo hizo poco antes en escenarios como el Bernabeu o el Camp Nou. Javi Gracia lo tiene claro y Fleurquin domina la medular cadista, guiándola hasta el nuevo ascenso en Irún.

Una temporada después, lo que parecía imposible, ocurre, y es que Fleurquin pasa buena parte de la campaña en el banquillo e incluso en la grada, aquejado de problemas físicos que no le dejan disputar el puesto en el once en igualdad de condiciones a sus compañeros. Fue un espejismo. Si el Cádiz tuvo alguna oportunidad de salvarse ese año, fue cuando el charrúa resurgió de sus cenizas. Con él dando la enésima cátedra de cómo se abortan contragolpes del rival, el equipo amarillo empieza a sacar la cabeza del barro, haciendo soñar a los suyos con una permanencia que parecía imposible. No hubo más creyentes esa temporada que cuando el uruguayo se elevaba por encima de las nubes para cabecear, en la última jugada del partido, la victoria frente al Real Murcia (rival directo, tanto que también terminó descendiendo) en Carranza.

Como sabemos, el once amarillo no dio la talla, y tocaba volver a los infiernos. El contrato de Fleurquin terminaba a la par que lo hacía la vida de la entidad en la LFP, y la "nueva directiva" cadista no hace oferta de renovación. Fleurquin sabe que le ha llegado su hora, y regresa al club que le dio la alternativa, el Defensor Sporting, para dar por finalizada su carrera.