Otro jugador que llegaría al Cádiz tras el shock del descenso en Alicante. Y como todos ellos, se enfrentaba a un público cansado, harto y sobre todo muy cabreado tras lo que acababa de sufrir.

Sin embargo, el onubense le dio la vuelta a la situación con su calidad. Extremo zurdo, tenía una capacidad innata para el regate. No tenía una elevada punta de velocidad, su recurso era siempre la finta, el engaño, el quiebro. La mayoría de los cuales le salían a la perfección. No en vano, había pasado por las canteras de Real Madrid y Valencia, tras llamar la atención de sus ojeadores por su excelencia técnica. Pero no terminó de adaptarse y regresaría a su provincia, para jugar en el Cartaya. Fue sólo un paso atrás para volver a coger impulso.

Es curioso, pero el primer año, en Segunda B, le costó algo más adaptarse, y tuvo fases de la temporada en las que estuvo incluso algo desparecido. Pero fue llegar a la división de plata, y terminar de destapar el tarro de las esencias, multiplicando los beneficios de su forma de jugar ratonera y escurridiza. Por desgracia, no fue suficiente para evitar el descenso amarillo.

De vuelta en Segunda B, nuevamente tuvo problemas. Era casi siempre titular, pero le costaba terminar los partidos en una categoría más física que la de plata. El barro de la Segunda B no era su sitio (lo demostraría nuevamente poco después), así que cuando se consuma la tragedia de Miranda, decide finalmente salir de Carranza y enrolarse en el Córdoba, donde sería uno de los preferidos de la afición, dejando continuamente perlas de su calidad y algunos golazos realmente antológicos.