Sonora decepción en una temporada en la que no fueron pocos los que fallaron a la afición. En particular, se esperaba muchísimo de Parri, por la fama de su calidad, pero nunca llegó a erigirse como el líder en el centro del campo que de él se esperaba.

Más bien al contrario, con el paso de los partidos, dejando ver una desidia y un desinterés que incendiaron más de una vez a la grada. Era realmente increíble, a la par que decepcionante, ver como el jugador apenas tocaba la pelota en los minutos en los que estaba en el campo, totalmente desaparecido.

Pasó de ser titular a ser un supuesto revulsivo para las segundas partes en las que el equipo amarillo iba perdiendo, que en la única temporada en la que estuvo en el Cádiz, la 2007-2008, no fueron pocas.

Raúl Procopio no lo alineó ni una sola vez en todos los partidos en los que dirigió, y Julián Rubio intentó apoyarse, en vano, en el valenciano, para intentar revivir al enfermo. De hecho, hasta el entrenador manchego, en tan sólo dos jornadas, tuvo que rectificar y dejarlo fuera del último y decisivo partido en Alicante.

Un verdadero desastre, que se confirmó en las dos siguientes temporadas, en el Levante y sobre todo en el Nástic, donde continuó su imparable descenso a los infiernos.