Portero alto, de gran envergadura, pero que sin embargo, no destacaba por ninguna cualidad en particular, aunque tampoco fallaba estrepitosamente en nada. Si hay un portero al que la palabra sobrio le define, es a él, sin duda. Seguro en sus acciones, transmitía confianza a sus compañeros de zaga, aunque nunca lo viéramos realizar grandes palomitas.

En las tres temporadas en las que estuvo defeniendo los colores amarillo y azul, le tocó siempre estar a la sombra de otros: Armando primero y Contreras después. Aún así, jamás se quejó y jamás armó revuelo, siendo siempre muy correcto en sus declaracioines y apoyando a sus compañeros de portería.

No deja de ser curioso que en sus tres temporadas, la oportunidad le llegara siempre en el tramo final de liga. Eso también le supuso tener que vivir en primera persona no uno, sino dos descensos, hasta los infiernos del fútbol español.

Su mejor momento lo tuvo en su primera campaña como cadista, cuando Espárrago decidió darle la confianza de estar bajo palos en los trece últimos encuentros ligueros, en uno de los muchos cambios que el uruguayo intentó para que la permanencia no se escapara, aunque ni siquiera el buen hacer de Limia pudo evitarlo.