Criado en la cantera del Real Oviedo, en cuyo equipo ingresó allá por el año 93, en infantiles, para luego ir pasando sucesivamente a cadetes, juveniles, filial y finalmente, primer equipo.

Venía con fama de ser un perro de presa y que se dedicaba a dar patadas. Nada más lejos de la realidad. En Cádiz desde luego no fue así en absoluto. Formó un tándem inseparable (e innegociable para su entrenador, Jose González, que sólo les daba descanso obligado por las circunstancias) junto a Héctor Yuste, que fue el que hizo el trabajo sucio, mientras que Pérez era el cerebro, prácticamente liberado totalmente de tareas defensivas.

Se le veía calidad e ideas a raudales, pero nunca, en nuestra opinión, terminó de brillar y de ser esa brújula que debía conducir el equipo, de explotar todo el potencial que sin duda se le adivinaba.

Como se criticó muchas veces al equipo, Óscar Pérez parecía muchas veces ir a medio gas, reservándose ante la manifiesta superioridad que tenía frente a sus rivales.

Tras su cesión en el Cádiz y la ruptura de relaciones Muñoz-Pina, recala, como tantos otros, en el Racing de Santander.